sábado, diciembre 11, 2004

Carcel interior

Fueron solo cuatro años pero para mi fue como si me hubieran encarcelado para toda la eternidad. ¿Volveré algún día a ser la que era?

Me llamo igual que mi madre, mi madre se llamaba igual que mi bisabuela y si algún día tengo una hija se llamará igual que yo. Es una tradición familiar tan arraigada que el nombre heredado de madre a hija es más importante que la imposible supervivencia del apellido. Pero ya se sabe que las tradiciones familiares son un asunto serio y adquieren mayor importancia y significado con el paso de los años, por ello yo no seré quien rompa esta, a mi modo de ver, preciosa tradición. Así era mi familia, llena de tradiciones, llena del qué dirán, llena de formalidad y como más tarde supe llena de vacío en el fondo y en la forma.

En mis años de juventud fui una buena estudiante, también una niña alegre y creo que era hasta simpática. Para mi madre era la hija perfecta y para las demás madres un ejemplo, que no es poco. Tenía buenas mejores amigas y también muchas amigas, yo sabía escuchar y si me contaban algún secreto era como una tumba lo cual ellas apreciaban mucho, yo sin embargo no tenía secretos, al menos no concernientes a problemas. Así más o menos era yo de niña.

Ahora siendo mujer añoro correr por las callejuelas de mi pueblo murciano aunque si mal no recuerdo para mi era la más grande de todas las ciudades. Tenía todo lo que una niña puede querer, un parque rebosante de color, luz y vida donde jugar con mis amigas y rebosante de oscuridad e intimidad donde experimentar las primeras caricias de un chico cuando ya dejé de ser niña.
Muchas veces he querido volver allí, pasear por las mismas callejuelas, sentarme en un banco de mi infinito parque acompañada de un buen libro, volver para sonreír con sonrisa y aprecio sincero al ver pasar a mi primer novio con sus hijos de la mano, volver para sonreír otra vez a la vida. Pero cuando quiero volver pienso que todos saben que he estado encerrada, que he sido una persona desgraciada y aunque allí nadie tiene culpa de mis penalidades se sienten culpables porque en realidad es culpa de todos, culpables son hasta los no nacidos. Por ello no volveré, para que nadie sienta pena por mi pues son culpables, no volveré para que nadie sienta culpa pues no lo podían haber evitado, no volveré para que nadie me recuerda ya que en mi pasado fue cuando estuve encerrada y quiero olvidar, olvidar aquella cárcel, olvidar mi pasado. Y si no puedo olvidarlo tendré que enfrentarme a él y afrontarlo y para afrontarlo debo olvidarlo.

No creí nunca que yo pudiera cometer aquel delito, de niña nada presagiaba que me convertiría en una delincuente. Es increíble las vueltas que da la vida, mi perfecta vida se vio truncada por un solo delito por el que tuve que pagar con cuatro años de prisión.
Estar encerrada es algo que a duras penas se puede explicar con palabras, solo las personas que han perdido parte de su vida entre las paredes de una cárcel pueden entenderme sin explicar yo nada. Mi encierro duró mil quinientos días, ni uno más ni uno menos. Allí dentro estaba sola y desamparada, luchaba por sentirme culpable del delito que se me atribuía pues yo siempre pensé que era inocente, ojalá hubiera podido convencerme de ser culpable ya que mi reclusión hubiera sido justa y yo hubiera pagado como todo buen ciudadano.
A veces he pensado cómo llegué a dar con mis huesos en la cárcel y aunque le he dado mil vueltas nunca he llegado a comprenderlo del todo. Aún así delinquí sin yo saberlo y cuando quise enmendar los errores cometidos ya estaba allí encerrada, ahora creo que hasta la persona más pura puede cometer mis mismos errores y cuando eso ocurra yo, como los no nacidos, también seré culpable de que esa persona haya delinquido.

Los primeros meses de mi estancia en prisión fueron muy llevaderos, incluso podría decir que fui feliz. El carcelero me trataba bien y solo muy de vez en cuando me mal trataba psicológicamente hablando. Por suerte me permitía salir a menudo de mi celda y ante los demás yo actuaba como una mujer feliz.
Cuando se me permitía telefonear a mi familia les contaba fantasías, les decía que estaba bien por lo que no quería que se preocuparan por mí, que aquello no era como algunas personas contaban y que estaba cumpliendo con todo lo que se me pedía y se esperaba de mi debida y diligentemente.
Siguieron pasando los meses y yo seguía feliz pero en mi mundo, un mundo inexistente que yo inventé con ayuda de mi imaginación. Mi carcelero me atacaba psicológicamente sin cesar y descubrí, ya sin poder remediarlo, que él a cada momento era más fuerte y yo a cada instante más débil. Aún así yo seguía cumpliendo pero al poco fui viendo mi celda más y más grande, hasta que no sé cómo fui consciente de la realidad, ¡estaba en una cárcel!

Yo pensaba que mi carcelero se había embrutecido porque quizás tenía problemas, intenté hablar con él ya que yo siempre había sido buena escuchando secretos ajenos, así quería conseguir que el carcelero me viera como la persona que era y evitar lo inevitable. No funcionó y su ira fue tal, cuando intenté volver a ser su amiga, que me agredió físicamente.
Con mi ojo morado quise contárselo a la autoridad competente pero pensé que quizás había sido un momento de enajenación mental por su parte, convencida de ello lo perdoné y cuando lo volví a ver le mostré mi cara más amable. Yo quería que todo volviese a ser como en un principio.
Transcurrió el tiempo y el cielo era negro de día e inexistente de noche. Mi mente ya no estaba conmigo y mi cuerpo me recordaba constantemente las palizas que recibía de mi carcelero. Estaba allí encerrada y mi carcelero era un loco que había conseguido mi total sumisión.
Una de las pocas veces que pude telefonear a mi madre le conté lo que ocurría, que me pegaba el carcelero y que aquello más que una cárcel era un infierno. Sin embargo ella me dio la espalda, me dijo que cumpliera mi pena y mis castigos en silencio y que la vida no era un jardín de rosas por el cual paseas tranquilamente y a cada paso encuentras una rosa que huele mejor que la anterior.
No puedo precisar cuantas palizas soportó mi cuerpo, creí que iba a morir. Yo, un ser humano, sola, en la prisión, sin ayuda de mis seres queridos y ante la vigilancia de una bestia feroz al acecho. Admitir que podría morir en cualquier momento no fue tan doloroso como se podría pensar, para mi representaba una vía de escape.

Quizás mis oraciones fueron escuchadas y a los mil quinientos días de mi reclusión mi carcelero me dio tal paliza que me ingresaron en el Hospital. Estuve una semana en coma, me debatía entre la vida y la muerte y no sé como desperté, imagino que mi vida optó por seguir viviendo.
Mi carcelero fue encerrado en prisión, allí pasaría largo tiempo aunque no le deseo las atroces vivencias que él me procuró sin descanso a mi.
Yo fui internada en un centro psicológico. Allí aprendí a vivir, aprendí que yo no había cometido ningún delito, mi único delito fue enamorarme como todo el mundo se enamora en la vida, de enamorarme ciegamente del hombre con el que creí que viviría feliz el resto de vida. Mi marido se convirtió en mi carcelero y mi casa en mi prisión.

Yo no soy ninguna delincuente, ahora lo he comprendido. Fueron solo cuatro años pero para mi fue como si me hubieran encarcelado para toda la eternidad. ¿Volveré algún día a ser la que era?

3 comentarios:

Mayendar dijo...

Es realmente increible que puedan llegar a suceder esas cosas. Y que un ser humano pueda llegar a ser tan despreciable.

nocheoscura dijo...

Imagino que suceder sucederá, solo anotar que es un escrito inventado por mi y que no tiene que ver con mi realidad (por cierto, soy un hombre) ni con la de nadie que conozca. Tal vez por eso me gusta tanto este escrito.

Raisa dijo...

No se trata de que sea tu historia o la de alguien que no conoces, es algo que pasa y es increíble que la familia no crea en nuestras palabras y nos de la espalda como si en realidad hubiesemos cometido un delito y nos mereciéramos la cárcel en la que nosotros conciente o inconcientemente nos hemos metido, y no me refiero sólo a la violencia intrafamiliar.

Muy lindo, Sr Nocheoscura.

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