martes, enero 27, 2015

Sin terminar...

Para escribir un buen relato corto hay que enganchar al lector desde la primera línea, lo adecuado es comenzar escribiendo algo como "Sus mayores temores se hicieron realidad cuando, al encender la luz, encontró un cuerpo de mujer... ¡sin vida, en su cama!" De este modo el lector ya se hace mil preguntas tales como "¿Fue él el asesino?", "¿Aquella mujer era su amante?"

   Yo, sin embargo, no soy de esa clase de escritores y si soy sincero confesaré que ni siquiera soy escritor. No todo aquél que escribe es escritor, solo lo es aquél que crea. Como mucho puedo relatar algunos acontecimientos de mi vida, verídicos, claro está, porque imaginar no es lo mío. Ya de pequeño no me gustaba jugar solo porque me aburría, era incapaz de recrear mundos imaginarios como hacen todos los niños. Tampoco jugando con otros niños se estimulaba mi fantasía sino que me entretenía observando lo que eran capaces de imaginar, yo les seguía la corriente aunque en el fondo era un suplicio.

   Ahora, con cincuenta y pico de años escribo de vez en cuando. Quizás lo hago porque la tele me aburre o porque los amigos quedaron atrás, ellos están casados y yo sigo siendo soltero. Lo peor de todo es que no soy de esa clase de solteros que lo están por decisión propia sino porque nunca he sido capaz de enamorar a ninguna mujer. Tampoco crea quien, por el azar, lea esta líneas que soy un introvertido enfermizo, ¡que va!, soy todo lo contrario. Si alguien saca tema de conversación yo le sigo la corriente como cuando jugaba de pequeño con otros niños, es fácil ser extrovertido, solo hay que hablar lo justo y de lo que le interesa a la otra persona. La gente en realidad no desea mantener conversaciones, solo quieren oírse hablar y eso también es un suplicio.

   En mi trabajo no hay que ser creativo, quizás por ello soy tan bueno. Soy Inspector Contable Jefe de Hacienda. Si alguien defrauda al fisco puede que yo lo cace y lo arruine para toda la vida. Tras mis muchos años de experiencia he llegado a la conclusión de que la gente que defrauda suele ser muy fantasiosa. Y es que hay fraudes de todo tipo, tantos que puede que escriba un libro al respecto. Es curioso que a la mayoría de la gente le fascina que cuente como atrapé a éste o al otro pero a mi me aburre porque tengo que empezar explicando lo que es un paraíso fiscal. Si usted no lo sabe tampoco, no se preocupe, no tenía intención de contarle ninguna historia sobre este tema.

   Ser soltero tiene sus ventajas, la primera y principal es que hago lo que quiero; la segunda y no por ello menos importante es que lo que hago lo hago cuando quiero. Los casados creen que esas ventajas es lo que se llama "Libertad". Pero no, la libertad es libertad y nada más, yo lo sé bien porque una vez me tuvieron secuestrado durante un mes y hasta temí por mi vida. ¡Qué triste final para una vida tan vivida" Pero tampoco ahora debes preocuparte querido lector, no es mi intención hacerte partícipe de los malos momentos que viví.

   Si tuviera algo de imaginación podría escribir otro libro contando lo del secuestro, pero me acepto tal y como soy y si he de contarlo lo haré con la única ayuda de la verdad y de lo que mi mente recuerda. No añadiría nada que no fuese cierto. Lo he pensado muchas veces y estoy seguro de que lo más cerca que he estado de conocer en profundidad el amor fue cuando me secuestraron. Ella la que se ocupaba de mis necesidades básicas, me proporcionaba agua en baldes en abundancia, me lavaba la ropa cada dos días y me hacía exquisitas comidas. Ella era una víctima más, no era como los otros que estaban obsesionados con matarme.

   Para una persona que no tiene imaginación estar encerrado es..., ¡sí, lo ha adivinado!, más que un suplicio. Una persona con imaginación sería capaz de transportarse mentalmente a otros lugares idílicos, pudiera ser que se entretuviera pensando en todo aquello, en como sería el desenlace del cautiverio. Yo me entretenía recordando detalles de los expedientes acumulados que se erigían majestuosamente en la mesa de mi despacho de Hacienda.

   El día que me secuestraron era Martes, día que me gusta mucho porque ceno pizza que me traen a casa. Las pizzas me gustan sobre todo de nata, la nata me chifla, de hecho ella me hizo varias comidas con nata como aquellos espaguetis que se deshacían en mi boca. Durante mi privación de libertad nunca me dieron pizza, ni siquiera ni uno solo de los cuatro martes que pasé en aquel sótano oscuro y lleno de humedades por doquier. El martes que me secuestraron también era húmedo, el día amenazaba lluvia pero a mi me daba igual, en la ciudad donde vivo es habitual que llueva y el paraguas forma parte de mi indumentaria diaria. Cuando no llueve me vale como bastón porque de pequeño me rompí la rodilla y el médico en vez de curarla se limitó a hacer un apaño.

   Aquel día pensaba coger el autobús pues los días húmedos no me gusta andar, más de una vez un aguacero que no tiene nada que envidiar al de los trópicos me ha empapado hasta los huesos. Con el paraguas le aticé un buen mandoble a uno de mis captores antes de que por la fuerza me introdujeran en la furgoneta. Desde el principio supe que no se trataba de una broma de mis amigos casados, ellos también trabajaban y era martes. Pronto deduje que lo que me estaba sucediendo tendría relación el caso Katrina que llevaba entre manos.

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  Hoy iba a estudiar un poco y buscando unos folios para tomar anotaciones he encontrado esto escrito, en vez de guardarlo he decido publicarlo aquí. No está repasado ni corregido, simplemente lo escribí un día en el que mi imaginación se apoderaba de mi. Quizás algún día termine este libro, porque aunque aquí sólo sean unas líneas, en mi cabeza están las miles de líneas restantes.

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