Me asomo y miro hacia el fondo, está tan lejano que no puedo distinguir nada, y la quietud del aire inquieta a mi valor. Lo más sencillo sería no mirar, quedarme donde estoy, ni siquiera pensar en ello y tomar otro camino ahora que aún estoy a tiempo. Pero no quiero, ¡no me da la gana!.
Vuelvo a mirar, es imposible distinguir lo que hay allá en el fondo. No sé cómo explicarlo, no sé si es un abismo o un precipicio. Veo colores allá en el fondo, creo que debo descender para saber si son la clase de colores que a mi me gustan.
Giro mis manos, están agrietadas y tienen muchas heridas todavía que no han cicatrizado. Pero aguantarán, sé que al menor corte no querré continuar porque me dolerá demasiado y aún así me lanzo a pecho descubierto, a tumba abierta como me gusta decir. ¡No quiero heridas, ni una más y sin embargo voy a descender como a mi me gustaría, sin miedo, sin desconfianza...!
¡Ya contaré lo que me espera allá bajo... y si no lo cuento es porque me precipité al vacío en la bajada y mi corazón dejó de latir!
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